dimecres, 24 d’abril del 2013

Una visión cristiana del debate sobre el aborto (II)

3.- Naturalmente  las premisas anteriores (me refiero a la primera entrada de esta serie) sólo son válidas para quienes acepten la primacía del “otro”, del “tú” en el comportamiento ético... y hay una larga tradición de filosofía moral que se sustenta en la máxima “en última instancia sólo puedo calificar como bueno aquello que me conviene o que me agrada”. Partir del “yo” o del “tú”. Tal es el dilema que se nos plantea continuamente en nuestra vida social y tal es, igualmente, la disyuntiva que nos requiere en el problema del aborto. Ante él estamos solos con la oquedad de nuestra libertad. No podemos buscar apoyo en el ámbito jurídico pues el derecho a la vida que consagra la Declaración Universal de Derechos Humanos o la Convención sobre los Derechos del Niño (“todo niño tiene el derecho intrínseco a la vida”) es tan ambiguo que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos no se considera capaz de determinar si puede extenderse al no nacido. No podemos buscar el auxilio de la ciencia que no puede determinar en qué momento eso “vivo” que bulle en el vientre de una mujer comienza a ser “humano” (si tal cambio cualitativo se produce puntualmente). Tenemos que elegir: hay un “otro” en quien reconozco la humanidad y con respecto al cual tengo obligaciones morales o no lo hay. Y si lo hay, en qué casos es lícito eliminarlo y en qué casos no. En la defensa del derecho al aborto o su despenalización en según qué supuestos los argumentos van de uno a otro extremo: o bien es un acto a-moral que no puede ser juzgado éticamente (no hay ningún otro-humano que resulte dañado) o bien es un acto moral, problemático, correcto o incorrecto según una determinada casuística.
4.- En el primer caso abortar o no hacerlo es una opción, una decisión libre que la mujer toma sobre su propio cuerpo en función de sus propias razones o motivaciones. A nadie ofende quien dispone de lo suyo. Sólo hay un “yo” soberano sobre su ámbito de decisión. La posible existencia de un “otro” no se problematiza o se obvia o resulta indiferente ante el bien mayor de la libertad individual. El carácter a-moral (y decir “a-moral” no implica un juicio moral, que quede claro) del aborto según esta visión del asunto queda meridianamente claro en una voz autorizada: la ministra Bibiana Aido equiparó en su día la decisión de abortar con la decisión de “ponerse tetas”. Ambos hechos no son buenos ni malos. No son susceptibles de juicio moral. Por supuesto tan absoluta “privatización” del no-problema implica, primero, que no es necesario añadir ningún argumento moral, ni siquiera aceptar la posibilidad de debatir. (De manera absurda la propia ministra dijo en la misma entrevista que antes de no sé qué momento un feto “es un ser vivo pero no un ser humano” algo incomprensible si la pregunta fuese dirigida a la humanidad de las tetas); y en segundo lugar que un asunto privado, une affaire de femmes según el título de la película de Chabrol, en modo alguno puede requerir legítimamente del concurso del conjunto de la sociedad. Quiero decir que es insostenible, es más, injusto, mantener que “eso es asunto mío y tú no puedes opinar” y, al mismo, tiempo exigir del Estado (el estado de todos y en el que todos tenemos derecho a opinar) que ponga a mi disposición todo el aparato sanitario costeado por todos para dar cumplimiento a mi decisión privada en la que nadie puede interferir. Quiero insistir en que yo no pienso así, sino que no es posible inferir otra cosa de la privatización de la decisión de abortar. A ninguna mujer se le ocurriría mantener las siguientes proposiciones: “He decidido someterme a una operación de aumento de pecho. He tomado esa decisión de manera libre y nadie tiene derecho a coartar mi libertad… por lo tanto el conjunto de los ciudadanos a través del estado debe costear la operación”. Es algo absurdo. Tan absurdo como la comparación inicial de la señora Aido. Porque como bien dicen muchas amigas y amigos en este debate, la decisión de abortar es algo mucho más íntimo (que no “privado”), personal (que no “individual”), problemático (que no “matemático”). Algo relacionado con la salud y la integridad física y moral de la mujer y que, al mismo tiempo, implica al conjunto de la sociedad. No es un asunto privado en el que “yo me relaciono con la humanidad en mi persona como un medio y no como un fin y a nadie le importa”. Y, en tanto que no es privado, requiere razones, argumentos. Argumentos éticos.
(Continuará)