Entonces Judas Iscariote,dijo:
–¿Por qué no se ha vendido este perfume por
trescientos denarios,
para ayudar a los pobres?
Juan 12.4-5
Estamos en un
momento de intenso debate en las redes sociales a raíz de los resultados de las
recientes votaciones a bailías y taifas. Eso está bien. Pero el formato tan
limitado del ágora virtual da origen a malentendidos y disparates. Sobre todo
cuando se trata de matizar, de no repetir a bulto (y a gritos) la opinión cortada
a pico. Si esto ocurre, enseguida surge la pregunta aunque no se formule
explícitamente: “¿Tú con quién estás?”. Eso cuando no te lanzan directamente al
saco de los malditos: “¡Tú lo que pasa es que serás del PP!”. Aclaro que en los
ámbitos debatidores en los que me muevo el “saco de los malditos” es el PP, sin
grado ni escala ni posibilidad de objeción alguna. Y hay que aclarar también
que la base del “tú con quien estás” no es necesariamente política sino moral. De
hecho el origen de estas letras está en algo para mí sorprendente: “Tú con
quién estas” significa “¿estás con los buenos o con los malos”. No exagero,
pues la causa de este artículo, repito, es una discusión en el muro de facebook
del profesor Gil Manuel Hernández en el que se tachaba a algunos dirigentes del
PP de “personas malvadas”. No se trata
de que ideológicamente discrepemos de su pensamiento, no se trata de que su
práctica política nos parezca errónea o negativa para la nación en su conjunto
o las clases populares (hablar de la clase obrera ya ni se lo plantea uno), no
se trata tampoco de que estén equivocados… es que son “malvados”. Como dice otro
amigo de facebook “aparte de chorizos y derechistas es que son malas personas”.
Ojo, “malvado” es algo más hondo que “corrupto” o “delincuente”, calificativos
que pueden aplicarse transitoriamente a una persona (incluso en esos ambientes
debatidores a los que aludía antes aparecen grandes defensas morales de
personas que son legalmente delincuentes, pero esa es otra): si uno es malvado
lo es ontológicamente. El ser de las personas malvadas consiste en la maldad y
son malvados desde siempre y para siempre. Como decía mi padre (qepd): “ése es
malo porque su madre lo parió malo”.
¿Por qué son malvados los del PP?
¿Por qué el PP es la maldad organizada como estructura política? (¿una
“estructura de pecado” como diría san Juan Pablo II?). Consideremos que las
personas que intervienen en el debate en el muro del profesor Hernández son
intelectuales, universitarios, “intelligentsia”, si la palabra todavía es
lícita, pero vayamos a otra zona cultural, a otros muros (y lo de muro va sin
segunda intención):
“-Yo la cogi en el parque para q me
ayudara ya q tengo 3 ijos y no cobramos nada y mi casero va vender el piso y
sus palabras fueron q eya no puede acer nada y entonces le dije q funcion tenia
ella en el ayuntamiento calentar la silla y yenarse el bolsillo.
-Y se quedo tan ancha no????
-Si iba con otros dos bua no me
mordi la lengua le ubiera dixo mas. Pero por respeto a mi mujer. Me caye
-Pues le tenias que aver dicho que
para eso le pagamos nosotros”
La conversación que transcribo
literalmente (he eliminado nombres propios) aparece en un grupo de facebook de
carácter local. El pronombre personal “eya” refiere a una alcaldesa del PP a la
que lo más bonito que le dicen (algunos) en el grupo es “falsa”. De ahí para
arriba. Se trata, sin duda de una persona también “malvada”. Vuelvo a la
pregunta. ¿Por qué malvada? No creo hacer una interpretación abusiva si
considero que para los intervinientes en el diálogo, la alcaldesa es “mala”
porque no se ocupa personalmente de resolver MI problemática privada.
Porque YO entiendo que la institución
política (en este caso el ayuntamiento) no es sino el instrumento para que el “bueno” resuelva MIS problemas y
si no lo hace, si no me ayuda, es porque es “malo”. “Para eso le pagamos”
(sic).
Esta elucubración teórico-moral (por
llamarla de alguna manera) es, a mi juicio, claramente lumpen y confunde
política social con asistencia social, incluso con “caridad”. Supone un
pensamiento desclasado, individualista, que concibe las relaciones
sociopolíticas como un reparto (reparto de dinero, dicho sea claramente) desde
el poderoso con recursos (y “bueno”) hacia el receptor privado. La misma moral
tiene el corrupto que se lucra con lo público que aquél que piensa que lo
público (“le pagamos nosotros”) está para beneficiarle de manera individual.
Bien, pero difícilmente puede
decirse que la intelectualidad de izquierdas,
hablando de “maldad”, tenga en mente el mismo concepto que el pensamiento
lumpen suburbano… (¡y qué amplio es ese pensamiento!) Pues no sé yo…
Digo que no lo sé porque desde hace
bastante tiempo la izquierda realmente
existente muestra una versión, digamos “oenegista” de ese pensamiento asistencial-individualista. Ayudar a “la gente”, resolver
los problemas de “la gente” se ha convertido en el eslogan más sonoro de la
izquierda: “Izquierda Unida está en el Gobierno andaluz para resolver los
problemas de la gente” declaró Cayo Lara, coordinador general de IU cuando el
realojo directo de varias familias desahuciadas en Sevilla. No sé qué tipo de
teorización soportará este principio subsidiario de la praxis de la izquierda,
pero me parece claro que ha habido una
deriva desde el partido obrero que
busca asumir el poder del estado (de
manera reformista o revolucionaria) desde y para el proletariado, hasta el conglomerado
político que busca estar en el gobierno para, desde allí… ejercer la
“bondad” sobre la gente necesitada.
Ciertamente la derecha podría decir lo mismo con las mismas palabras aunque el
significado de “gente” varíe. Es igual, sea como sea, considerar la “gente”
como sujeto político o como objeto pasivo del ejercicio del bien es algo antisocialista,
niega la idea de clase y concibe la sociedad como un agregado de individuos
atomizados, como un rebaño. Se trata de la cara (o la cruz) de la otra
concepción aberrante de la izquierda de nuestros pecados: el pueblo. La clase trabajadora ni es el pueblo indiferenciado, eterno y
ahistórico de la izquierda nacionalista que se alimenta del mito pequeñoburgués
(¡y qué cantidad de tenderos salía en la propanganda electoral de todos los
partidos, Señor mío!), ni es la gente,
ese conjunto de individuos que persigue su beneficio privado, de la sociología y
la economía burguesa. La izquierda mira este valle de lágrimas; ve pueblo y
gente, gimiendo y llorando y, movida a la piedad, decide que “hay que resolver
los problemas de la gente”.
“Todo ese discurso no es sino
palabrería, excusa y retórica alambicada del que no sufre necesidades,
teoricismo desfasado (puede añadirse “rancio” y “casposo”) que queda en nada
ante la emergencia social, ante el aumento de la pobreza, las desigualdades y
la exclusión. Porque ante esta realidad hay que dejarse de discursos y actuar
ya. Cualquier otra cosa es defensa, connivencia, incluso complicidad con las
medidas antisociales del gobierno del PP.” Y punto.
El entrecomillado es un decantado de
varias respuestas indignadas que he encontrado aquí y allá en varios muros de
amigos de facebook. Lo llamativo es que esas respuestas aducen la emergencia
social como argumento para reducir al
silencio al oponente dialéctico, cuando lo honesto intelectualmente sería
explicitar el fundamento teórico que sustenta la propuesta de praxis política
asistencialista. Fundamento
teórico que podemos inferir aproximadamente y que tendría los siguientes rasgos:
En primer lugar (obviamente), una
defensa de la actuación bondadosa
inmediata sin necesidad de sustento teórico subyacente: yo estoy a pie de
calle ayudando a la gente que lo necesita y tú sales con rollos teóricos cuando “hay muchos niños
afectados por la pobreza de sus padres y eso no es justo, todo lo demás es
palabrería” (el entrecomillado procede… etc., etc.)
Por otra parte la práctica sin teoría, implícitamente, niega el análisis de clase y de facto divide a la sociedad en dos
polos: el gobierno y la gente. Una vez pregunté a mis alumnos en cuántas
clases dividirían la sociedad española y uno de ellos contestó que “el rey y
todos los demás”. En la versión izquierdista hay el gobierno malo que roba a la
gente pobre para enriquecer más a la gente rica y el gobierno bueno que
soluciona los problemas de la gente sufriente.
El estilo argumentativo de
“reducción al silencio” no sólo es cosa de los debates entre el común, es el estilo vociferante adoptado en la
izquierda realmente existente y alabado con frases muy expresivas como
“¡Con dos cojones!”, “¡Con dos ovarios!” “¡Así se enterarán!”. Y cosas así. El
líder político de nuestra izquierda es aquel o aquella que “le canta las
cuarenta al lucero del alba”, que “dice las verdades del barquero”, “verdades
como puños”, “La única que les dice las cositas claras” (este último
entrecomillado procede de facebook). En fin, un estilo parecido al de aquél que
le decía (¡con dos cojones!) a la alcaldesa que estaba en el ayuntamiento para
“calentar la silla y yenarse el bolsillo.”
El líder es fundamental para esta
nueva concepción de la izquierda. Siempre lo fue en realidad, de tal manera que
podríamos hablar de una especie de “neoculto
a la personalidad”, incluso, con algo de hipérbole, de “síndrome
Pasionaria”. Mónica Oltra es “una política providencial”, tal cual lo he leído
en el muro de facebook de un amigo. Y de Carmena y Colau lo mismo o más. La
defensa del líder también está relacionada con el discurso vociferante y la
reducción al silencio. Recuerdo una reunión del Comité Nacional del PCPV… o
algo homologable de EUPV, en la que un servidor fue interrumpido por una
compañera (o camarada), importante en el movimiento vecinal de Valencia, al grito
de (más o menos) “¡déjate de tanta cháchara! ¡a ti lo que te pasa es que no
puedes ver a Joan Ribó!”
El
gobierno es el líder y la relación con él o ella es algo personal, porque es la
voluntad del líder la que ejerce la bondad sobre la gente: “Esta mañana me
reunido con […] y por lo menos me a concedido media hora de su tiempo
escuchando mía quejas....la señora alcaldesa llevo años detrás y o no se atreve
a lo que le va a decir un ciudadano que lleva desde 2008 apuntado en la bolsa
de empleo si haver recibido ni una llamada para saber si aun sigo vivo...o
esque soy demasiado feo o Huelo mal y no a chanel n5....”
Otro ejemplo de facebook.
Y, por último, un rasgo que a mi juicio es determinante y absolutamente rechazable de
la neoizquierda populista: el desprecio de la legalidad. La relación
personal del líder izquierdista y la gente consiste en el ejercicio del bien
por la (buena) voluntad de aquél: en la Comunidad Valenicana, Antonio Montiel
propone usar el dinero del aperitivo de apertura de las Cortes para dar de
comer a los niños pobres, Mónica Oltra condiciona el pacto de la izquierda a la
dotación de “12.000 rentas para pobres y comedores en verano”.
Medidas que están muy bien… pero que, si así se estima, no tienen como límite y
marco la legalidad: el ejercicio del
bien (ni siquiera la búsqueda de la justicia) está por encima de la ley y, así, oímos decir al secretario general
del PCE, José Luis Centella (cito de memoria) que si la Constitución no sirve
para solucionar los problemas de la gente, la que no sirve es la Constitución;
o a Ada Colau declarar que “si hay que desobedecer leyes que nos parezcan
injustas, se desobedecen”; o a Susana Díaz amenazar con la paralización de los
servicio sociales si no se desbloquea su investidura, como si dichos servicios
(y en el imaginario colectivo de mucha “gente” así es) dependieran de su
persona. Hay que destacar que esta
actitud de “desobediencia” no es un planteamiento de negación absoluta del
orden jurídico burgués o una llamada a la lucha armada, sino que consiste en un uso instrumental, ocasional,
de la legalidad y la desobediencia “según nos parezca” (el plural parece
mayestático) para hacer el bien.
Hasta aquí, el “diagnóstico” (en la
segunda parte la “prescripción”), estrictamente personal, (no he leído a Laclau todavía) de las
características de la izquierda postmoderna y
populista realmente existente… dejando de lado el otro extremo, pues frente a
lo urgente, lo que hay que hacer ya, ahora
y dejarse de palabrería, está la constelación de “causas” (identitarias,
sectoriales, grupusculares…) de todo tipo a la que la izquierda se entrega
generosa en su deseo de bondad. En medio está el proletariado. Pasmado.
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