dissabte, 16 de febrer del 2019

El nuevo orden de Íñigo Errejón y III


Hace ya casi dos años perpetré un par de textos que comentaban el artículo de Íñigo Errejón tituldo “Occidente en su momento populista”. Escrito muy sugestivo que, creo yo, está en el origen (entre otras desviaciones respecto al dogma pablino) del ostracismo que sufrió su autor en Podemos, hasta que se le hincharon las cosas susceptibles de hinchazón y se fue y a su barco le llamó libertad. El segundo de esos comentarios a los que me refiero terminaba así: “¿Podemos ser ciudadanos sin algún tipo de vínculo que trascienda el mero contrato? ¿Somos, en alguna medida, “comunidad”?” Y prometía una tercera entrega que nunca llegó. Y no llegó porque, en realidad,  se trata de preguntas que o no tienen respuesta o la que tienen es difícil de aceptar e incluso de entender: no, no somos “comunidad”. Es más no debemos serlo. Y sí, podemos ser ciudadanos sin necesidad de ningún tipo de vínculo que trascienda al mero contrato.
Lo de la “comunidad” y la “sociedad” viene a ser, según he leído en algún manual de Sociología, cosa de pronombres: somos individuos “sociales” cuando establecemos relaciones en las que predomina el “yo”, el interés individual; somos personas “comunitarias” cuando estamos inmersos en relaciones en las que prodomina el “tú”, el bien de aquél con el que convivimos y que, de alguna manera, nos constituye y sin el cual casi ni siquiera somos. Defiendo el interés, en abstracto, de las cajeras de Mercadona o de los obreros de la Ford, pero antepongo el bien de mi esposa o de mi hijo al mío propio. Hay una sutil diferencia entre estos dos mundos que, en nuestra convivencia real, se yuxtaponen, solapan e interfiern entre sí. No hay sociedad pura ni comunidad pura. Hay momentos-contrato societarios (la compraventa, la burocracia) y hay momentos-vínculo comunitarios (la familia, la amistad, la fe). Reducir los segundos a los primero es caer en la anomia y la desesperación, es una forma de no-ser. Reducir los primeros a los segundos... es una propuesta política monstruosa que diluye el “tú” y el “yo” en un “nosotros” atrayente y repulsivo a la vez, tranquilizador y aniquilador.
La propuesta populista parece optar por algún tipo de comunitarismo toda vez que Errejón plantea, en el artículo del que hablábamos al principio, la “reconciliación de la comunidad”. Una suerte de colonización del Sistema (dinero y poder) por parte del Mundo de la vida, regido por una lógica diversa del beneficio individual. No creo que sea una interpretación torticera de los requerimientos populistas situar en ese marco teórico las llamadas a la “construción del pueblo”, constituido por el “99% de la población”, “el bloque nacional-popular” la “feminización de la política” o la “ética del cuidado”.
Dicho en otras palabras: el populismo como ideología de la izquierda postmoderna en su búsqueda de amparo comunitario no puede ser “de clase”, sólo puede ser “identitario” pues rechaza que “para poder verse como ciudadano en el espejo mágico del relato político contemporáneo cada persona […] haya de prescindir de su sexo, de su cultura o su nación, de su raza, de su condición social, etc.” La cita de es Juan Ramón Capella y viene a mostrar una preocupación que también comenta Isaiah Berlin: “Las únicas personas que pueden reconocerme [...]son los miembros de la sociedad a la que siento que pertenezco histórica, moral, económica y, quizá étnicamente. Mi yo individual no es algo que se pueda desligar de mi relación con los demás.
Del “desligamiento” moderno a la nostalgia por el “religamiento” premoderno moral, religioso, nacional y étnico. El populismo, a contra historia, nos propone la vuelta a la solidaridad mecánica de las comunidades premodernas y el único cemento ideológico del que puede echar mano (por más metáforas que aviente) es la nación, la etnicidad, la lengua... toda la basura reaccionaria del nacional-populismo ya se transfigure en los testículos de don Pelayo o en la ben plantada bailando una sardana y partiendo troncos con el sobaco mientras se jala un arròs al forn antes de saltar la valla de la Blanca Paloma y tirar la cabra desde el campanario... bueno eso no.
Plantéese la izquierda que no haya enloquecido de anáforas, metáforas, paralelismos y retruécanos, es decir, comunistas y socialistas (PCE y PSOE), si es correcto dejarse abducir por semejantes mamonadas de “gente, nación, comunidad” y tirar a la basura la clase, el estado, la sociedad. Y si no... que les den.