Hace
ya casi dos años perpetré un par de textos que comentaban el
artículo de Íñigo Errejón tituldo “Occidente
en su momento populista”. Escrito muy sugestivo que, creo
yo, está en el origen (entre otras desviaciones respecto al dogma
pablino) del ostracismo que sufrió su autor en Podemos, hasta que se
le hincharon las cosas susceptibles de hinchazón y se fue y a su
barco le llamó libertad. El segundo de esos comentarios a los que me
refiero terminaba así: “¿Podemos
ser ciudadanos sin algún tipo de vínculo que trascienda el mero
contrato? ¿Somos, en alguna medida, “comunidad”?” Y prometía
una tercera entrega que nunca llegó. Y no llegó porque, en
realidad, se trata de preguntas que o no
tienen respuesta o la que tienen es difícil de aceptar e incluso de
entender: no, no somos “comunidad”. Es más no debemos serlo. Y
sí, podemos ser ciudadanos sin necesidad de ningún tipo de vínculo
que trascienda al mero contrato.
Lo
de la “comunidad” y la “sociedad” viene a ser, según he
leído en algún manual de Sociología, cosa de pronombres: somos
individuos “sociales” cuando establecemos relaciones en las que
predomina el “yo”, el interés individual; somos personas
“comunitarias” cuando estamos inmersos en relaciones en las que
prodomina el “tú”, el bien de aquél con el que convivimos y
que, de alguna manera, nos constituye y sin el cual casi ni siquiera
somos. Defiendo el interés, en abstracto, de las cajeras de
Mercadona o de los obreros de la Ford, pero antepongo el bien de mi
esposa o de mi hijo al mío propio. Hay una sutil diferencia entre
estos dos mundos que, en nuestra convivencia real, se yuxtaponen,
solapan e interfiern entre sí. No hay sociedad pura ni comunidad
pura. Hay momentos-contrato societarios (la compraventa, la
burocracia) y hay momentos-vínculo comunitarios (la familia, la
amistad, la fe). Reducir los segundos a los primero es caer en la
anomia y la desesperación, es una forma de no-ser. Reducir los
primeros a los segundos... es una propuesta política monstruosa que
diluye el “tú” y el “yo” en un “nosotros” atrayente y
repulsivo a la vez, tranquilizador y aniquilador.
La
propuesta populista parece optar por algún tipo de comunitarismo
toda vez que Errejón plantea, en el artículo del que hablábamos al
principio, la “reconciliación de la comunidad”. Una suerte de
colonización del Sistema (dinero y poder) por parte del Mundo de la
vida, regido por una lógica diversa del beneficio individual. No
creo que sea una interpretación torticera de los requerimientos
populistas situar en ese marco teórico las llamadas a la
“construción del pueblo”, constituido por el “99% de la
población”, “el bloque nacional-popular” la “feminización
de la política” o la “ética del cuidado”.
Dicho en otras palabras: el populismo como ideología de la izquierda postmoderna en su búsqueda de amparo comunitario no puede ser “de clase”, sólo puede ser “identitario” pues rechaza que “para poder verse como ciudadano en el espejo mágico del relato político contemporáneo cada persona […] haya de prescindir de su sexo, de su cultura o su nación, de su raza, de su condición social, etc.” La cita de es Juan Ramón Capella y viene a mostrar una preocupación que también comenta Isaiah Berlin: “Las únicas personas que pueden reconocerme [...]son los miembros de la sociedad a la que siento que pertenezco histórica, moral, económica y, quizá étnicamente. Mi yo individual no es algo que se pueda desligar de mi relación con los demás.
Dicho en otras palabras: el populismo como ideología de la izquierda postmoderna en su búsqueda de amparo comunitario no puede ser “de clase”, sólo puede ser “identitario” pues rechaza que “para poder verse como ciudadano en el espejo mágico del relato político contemporáneo cada persona […] haya de prescindir de su sexo, de su cultura o su nación, de su raza, de su condición social, etc.” La cita de es Juan Ramón Capella y viene a mostrar una preocupación que también comenta Isaiah Berlin: “Las únicas personas que pueden reconocerme [...]son los miembros de la sociedad a la que siento que pertenezco histórica, moral, económica y, quizá étnicamente. Mi yo individual no es algo que se pueda desligar de mi relación con los demás.
Del
“desligamiento” moderno a la nostalgia por el “religamiento”
premoderno moral, religioso, nacional y étnico. El populismo, a
contra historia, nos propone la vuelta a la solidaridad mecánica de
las comunidades premodernas y el único cemento ideológico del que
puede echar mano (por más metáforas que aviente) es la nación, la
etnicidad, la lengua... toda la basura reaccionaria del
nacional-populismo ya se transfigure en los testículos de don Pelayo
o en la ben plantada bailando una sardana y partiendo troncos con el
sobaco mientras se jala un arròs al forn antes de saltar la valla de
la Blanca Paloma y tirar la cabra desde el campanario... bueno eso
no.
Plantéese
la izquierda que no haya enloquecido de anáforas, metáforas,
paralelismos y retruécanos, es decir, comunistas y socialistas (PCE y PSOE), si
es correcto dejarse abducir por semejantes mamonadas de “gente,
nación, comunidad” y tirar a la basura la clase, el estado, la
sociedad. Y si no... que les den.
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