En el artículo “Occidente en su momento populista”, Íñigo
Errejón distingue entre una fase “destituyente” y otra “constituyente” del
populismo. Fases o contrarios dialécticos simultáneos. Como sea. El caso es que
el primero es “hijo de la ira” y el segundo supone la transformación “de la
plebe en pueblo”. Errejón se distancia de una lectura de clase en el análisis
de estos “momentos” y acude a la nueva flora y fauna terminológica: “los de
abajo”, “los de arriba”, “las élites”, etc. Sin embargo la plebe que se
convierte en pueblo en el proceso constituyente es una qualunquista “gente
común”, una “mayoría olvidada en el centro”. Ya no se trata del simplicísimo
dualismo “casta/gente” sino de buscar el sujeto histórico “nacional-popular” -entre
los de arriba y los de abajo- en el medio. O en el centro. Esa mayoría social
amplia (“el 99 %”) no se define a través de una ideología determinada que
desvela la verdad. Su autocomprensión parte más bien del “sentido común” que
vendría a asegurar el “orden”, a “construir la verdad”. Si el populismo se
enquista en el momento destituyente, el miedo de la gran masa nacional-popular (en vías de
articulación) la hace retroceder y atrincherarse en lo
existente. Aunque la trinchera esté llena de barro y excrementos. La masa
nacional-popular se encuentra en una especie de espacio social equidistante de
las élites y de “los de más abajo”. Conseguir que el momento constituyente se
objetive no contra éstos últimos sino contra las élites no viene determinado
por ninguna necesidad histórica (no olvidemos que en el esquema de Errejón no
funciona la dialéctica de la lucha de clases sino una aspiración
nacional-identitaria) sino que depende de los valores del sentido común que se
pongan en juego por el partido populista para asegurar el nuevo orden al que la
masa nacional-popular aspira. Errejón pone como ejemplo a Trump que aúna en su
discurso el odio a la élite política con la mística popular norteamericana del
self made man y a Le Pen que hace lo propio con las instituciones europeas y
las tradiciones republicanas y la grandeur francesa. En ambos casos el momento
constituyente se decanta “contra los de más abajo”. Principalmente “los
emigrantes, los más pobres y receptores de ayudas públicas”.
Pues no parece un mal análisis para la práctica política
(otra cosa es su rigor teórico) y la propuesta parece dirigida como un torpedo
hacia la línea de flotación de la política exclusivamente “destituyente” de la
nomenclatura pablista de Podemos. Por lo pronto a Errejón le han suspendido a
divinis y le han prohibido cantar misa en la SER. Por otro, Pablemos parece
obcecado en la táctica destituyente que en opinión de Errejón (no creo que la
interpretación sea abusiva) es “un grave error que puede tener una dramática
consecuencia política: la de dejar a las fuerzas progresistas como cuñas de
protesta, fuera de toda posibilidad de gobierno salvo en contados casos de
excepcionalidad, y por tanto impotentes.”
Faltaría determinar cuál es el “sentido común español”,
ahora que ya sabemos cuál es el norteamericano y el francés, que nos permitiría
dejar de ser plebe y constituirnos en pueblo.
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