Un artículo del profesor Fernando Broncano (excelente como todos los suyos) sobre "el misterio de la negación", en el blog El laberinto de la identidad, me ha recordado este trabajo propio que tiene algo que ver con el tema. Está atascado de citas (he eliminado las referencias) porque se trataba de un texto "evaluable". No recupero este fragmento por su más que dudoso valor sino con la esperanza (desde la admiración) de que al profesor Broncano deje de dejarle "inerte" el relato de la Pasión.
En el Areópago, Pablo de
Tarso se dirige a los atenienses. Ha sido conducido hasta allí por algunos
filósofos epicúreos y estoicos que sienten curiosidad por la novedad de las
doctrinas que predica el apóstol. Éste pondera
la religiosidad de los atenienses y les habla del “Dios desconocido” al que la
ciudad dedica un altar. Cita a un poeta griego según el cual, respecto a ese
Dios, “somos de su linaje” y, en fin, asegura que “en Él vivimos, nos movemos y
existimos”. Pablo habla, pues, a los filósofos, no a los sacerdotes. Es con la
filosofía con la que ha de habérselas el mensaje cristiano:
“Cuando […] se quiso interpretar a Cristo como el
verdadero Dionisio, Esculapio o Hércules, tales intentos cayeron rápidamente en
desuso. Que no se entrara en contacto con las religiones, sino con la
filosofía, tiene que ver con el hecho de que no se canonizó una cultura, sino
que se podía entrar a ella por donde había comenzado ella misma a salir de sí
misma, por donde había iniciado el camino de apertura a la verdad común y había
dejado atrás la instalación en lo meramente propio. […] Ciertamente, la fe no
puede entrar en contacto con filosofías que excluyen la cuestión de la verdad.”
(Joseph Ratzinger)
“La cuestión de la verdad” parece ser algo propio de los
griegos, los cuales “al oír hablar de la ‘resurrección de los muertos’, unos se
burlaban y otros dijeron: ‘te oiremos sobre esto otra vez’” El propio Pablo
asume que “los judíos piden milagros y los griegos buscan la sabiduría; mas
nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura
para los gentiles.”
Siglos después, ante otro foro de filósofos, Martin
Heidegger expone también algo escandaloso y, en cierta forma, una locura. En la
lección inaugural de julio de 1929, en la universidad de Friburgo de Brisgovia,
Heidegger reflexiona sobre la dudosa primacía de la lógica, el entendimiento y
el pensamiento a la hora de plantearse la pregunta por la nada:
“Nosotros afirmamos: La nada es más originaria que el no
y que la negación.
Si esta tesis resulta justa, la posibilidad de la
negación como acto del entendimiento y, con ello el entendimiento mismo,
dependen en alguna manera de la nada. Entonces, ¿cómo pretende aquél decidir
sobre ésta? ¿No descansará, en último término, el aparente contrasentido de la
pregunta y de la respuesta acerca de la nada en la ciega obstinación de un
entendimiento errabundo?”
Heidegger
parece alinearse con Pablo. No se dirige, desde luego, a los que piden
milagros, pero sí interpela a los que buscan la sabiduría e incluso cita
directamente al apóstol en un texto introductorio a ¿Qué es metafísica? (“¿Habrá permitido Dios que la sabiduría del
mundo se convirtiera en locura?”), abundando en la posibilidad de la ceguera
del entendimiento.
Sea como sea, así como Pablo predica a Cristo crucificado
como soporte experiencial de ese vivir en Él, movernos en Él, existir en Él,
Heidegger acude también, más allá de (o con preeminencia jerárquica sobre) el
entendimiento, a una “experiencia radical de la nada” para llegar a una
conclusión parecida, al menos en la forma, a la de Pablo: “Existir (ex-sistir)
significa: estar sosteniéndose dentro de la nada.”
Para san Pablo vivimos en Dios a través de la experiencia
vivida del Crucificado; para Heidegger “la nada se descubre en la angustia”.
Para ambos estas experiencias son ajenas o previas al pensamiento lógico. Uno
se sumerge en lo absoluto del Ser a través de Cristo, el otro en la Nada que
desvela la angustia. Podemos identificar Dios y la Nada como parece hacer
Heidegger al considerar que ésta es condición de posibilidad de la existencia:
“La nada es la posibilitación de la patencia del ente,
como tal ente, para la existencia humana. La nada no nos proporciona el
contraconcepto del ente, sino que pertenece originariamente a la esencia del
ser mismo. En el ser del ente acontece el anonadar de la nada.”
Y refutar la idea de Dios de la dogmática cristiana:
“…si Dios crea de la nada tiene que habérselas con la
nada. Pero, si Dios es Dios, nada puede saber de la nada, puesto que lo
“absoluto” excluye de sí toda nihilidad .”
Hasta caracterizar el ser, todo ente en cuanto ente, como
esencialmente finito y como posible a partir de la nada (negando así, por lo
tanto, al Ser Infinito):
“La nada no es ya este vago e impreciso enfrente del
ente, sino que se nos descubre como perteneciendo al ser mismo del ente. […] El
ser es, por esencia, finito, y solamente se patentiza en la trascendencia de la
existencia que sobrenada en la nada. [..]
La vieja frase: ex
nihilo nihil fit, adquiere entonces un nuevo sentido, que afecta al
problema mismo del ser: ex nihilo omne
ens qua ens fit. Sólo en la nada de la existencia viene el ente en total a
sí mismo, pero según su posibilidad más propia, es decir, de un modo finito.”
Pudiera ser…
Pudiera ser que la experiencia de la finitud del ser (de nuestro ser) se
explique por este “sobrenadar en la nada”. O pudiera ser que, en el principio,
un principio más originario aún que aquél en el que “Dios creó el cielo y la
tierra”, Dios crease la posibilidad de su propia ausencia como condición
necesaria para la libertad del hombre.
Heidegger establece un orden de dependencia entre la
angustia (“ese temple del ánimo radical que es la angustia”), la nada (“la
angustia hace patente la nada”) y la libertad (“Sin la originaria patencia de
la nada ni hay mismidad ni hay libertad”). Kierkegaard, en cambio, considera
que la angustia acontece a partir de la conciencia de la libertad entendida
como posibilidad del no-ser:
“La angustia es la realidad de la libertad como
posibilidad antes de la posibilidad. […] Adán tuvo que poseer un saber de la
libertad, si experimentó el deseo de usarla. […] La prohibición le angustia
pues la prohibición despierta la posibilidad de la libertad en él. Lo que por
la inocencia había pasado como la nada de la angustia, ha entrado ahora en él
mismo y surge de nuevo una nada: la posibilidad angustiosa de poder […] Sólo
existe la posibilidad de poder, como una forma superior de la ignorancia y como
una expresión superior de la angustia, porque este poder en sentido superior es
y no es.”
El análisis de Kierkegaard sitúa la libertad al principio
de la cadena jerárquica que la relaciona con la angustia y la nada como
posibilidad del no-ser y pone de manifiesto este no-ser como esencial a la
libertad misma: elegir es relegar a la
nada aquello que se desecha en la elección. Elegir es, por lo tanto, poder de
anihilar. Y el paradigma de ese poder es la desobediencia. Libertad es poder
para desobedecer. Hay un techo, un marco para la libertad humana al que referir
esa libertad como posibilidad de aniquilación y non serviam es su expresión más acabada.
Heidegger, como hemos comentado antes, parte, en cambio,
de la experiencia de la angustia como origen del acontecer de la nada en la que
se rebela la trascendencia y la mismidad y la libertad. No obstante, si
hablamos de experiencia y, aún más, de experiencia radical difícilmente podemos
ir más allá de la experiencia propia. La angustia de la que habla Heidegger es
la angustia de Heidegger. Cuando extrapolamos vivencias propias al conjunto de
la humanidad, entendiéndolas como esencialmente humanas, cabe la posibilidad de
que alguien diga: “jamás he sentido tal cosa”. Heidegger sortea esta dificultad
admitiendo, que esa angustia radical está casi siempre reprimida y remitiendo
diferentes grados de su “hálito” a distintos modos de existencia: la del
medroso, la del hombre apresurado, la del radicalmente temerario. Es en éste
donde la angustia radical se manifiesta “con toda seguridad”: “Pero esto último
se produce sólo cuando hay algo a que ofrecer la vida con objeto de asegurar a
la existencia la suprema grandeza.” “La angustia radical puede emerger en la
existencia en cualquier momento”, cierto, pero tiene como modelo la angustia de
aquél que ofrece su vida con objeto de asegurar a la existencia la suprema
grandeza. Si las palabras de Heidegger antes nos recordaban a Pablo de Tarso,
si Kierkegaard recurre a Adán para ilustrar su concepto de la angustia, en la angustia radical de ese hombre que
“ofrece la vida con objeto de asegurar a la existencia la suprema grandeza”, de
ese hombre representativo de la existencia humana toda, parece resonar la
angustia del Hijo del Hombre:
“Luego fueron a un lugar llamado Getsemaní. Jesús dijo a
sus discípulos:
–Sentaos aquí mientras yo voy a orar.
Se llevó a Pedro,
Santiago y Juan, y comenzó a sentirse muy afligido y angustiado. Les dijo:
–Siento en mi alma una tristeza de muerte. Quedaos aquí y
permaneced despiertos.
Adelantándose unos
pasos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y pidió a Dios que, a ser
posible, no le llegara aquel momento de dolor. En su oración decía:
–Padre mío, para ti todo es posible: líbrame de esta copa
amarga, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.”
“Hágase tu voluntad y no la mía”. El hombre Jesús se siente angustiado (radicalmente angustiado) ante la
presencia de la nada; se reconoce libre y subordina esa libertad a la voluntad
del Padre. Elige obedecer. En la dogmática cristiana Cristo carga sobre sí
todos los pecados del mundo, es decir la total ausencia de Dios. Solemos
asociar la nada a lo vacío, pero en la cosmovisión cristiana la negación de
Dios (summum ens), la posibilidad de
su ausencia, es la realidad del mal y del pecado. Es el abismo al que se aboca
el Cristo “con objeto de asegurar a la existencia la suprema grandeza”:
“…el
pavor frente al abismo de la nada, que le hace temblar e incluso según Lucas,
le hace sudar como gotas de sangre […] el estremecimiento particular de quien
es la Vida misma ante el abismo de todo el poder de destrucción, del mal, de lo
que se opone a Dios […] La angustia de Jesús es algo mucho más radical que la
angustia que asalta a cada hombre ante la muerte: es el choque frontal entre la
luz y las tinieblas, entre la vida y la muerte, el verdadero drama de la
decisión que caracteriza a la historia humana .” (Joseph Ratzinger)
Los hombres tienen historia en función de que son libres:
“todas las luchas por la libertad entre pueblos, razas, clases demuestran que
la libertad es la misión del ser humano y de su arte político” (Gadamer). Y la libertad, en última instancia, consiste
en la dramática decisión de obedecer o desobedecer, de transgredir un orden que
transciende a la propia libertad y a la que la misma libertad remite.
Incluso cuando la
libertad se representa a sí misma como sustentándose a sí misma y remitiendo
solamente a sí misma.