5.- La imposibilidad de debatir que se deriva de
considerar el aborto como un acto a-moral (insisto: no susceptible de juicio
ético) tiene su contrapunto en una cierta “hipermoralización” del hecho. Una
suerte de discurso patético que envuelve las circunstancias que rodean el
aborto de tal cúmulo de misterio, de imponderables, de sentimentalidad
inaccesible, de tragedia personal e intransferible, que anula cualquier
posibilidad de juicio. El modelo discursivo (“no puedes opinar sobre lo que no
puedes experimentar”) es similar a aquel que sostiene que nunca un hombre podrá
querer a su hijo tanto como una mujer porque ésta lo ha parido. El determinismo
biológico del amor, el claustro misterioso e inaccesible del drama de ser
mujer, toda la aterradora naturaleza, todo el patetismo telúrico que nos impone
silencio al hablar de lo femenino, todo eso, no es sino quincalla patriarcal desvelada
y denunciada desde hace mucho tiempo por el feminismo. Una mujer es una
ciudadana como un varón es un ciudadano y es deber de todos remover cualquier
obstáculo que impida la ciudadanía plena de las mujeres. En esta cuestión hay
mucho (muchísimo) por hacer, pero desde luego no es un buen comienza exigir el
silencio sobre aquello que es parte del “eterno femenino”.
6.- Creo que de lo expuesto hasta aquí (con la mayor
objetividad que puedo) deberíamos estar de acuerdo, tanto creyentes como no
creyentes, en un par de cuestiones. En primer lugar no veo razón para no estar
de acuerdo en que una absoluta privatización y a-moralización del aborto debería
llevar aparejado un desinterés absoluto de lo público por el fenómeno. Así como
no hay (supongo) una normativa específica para las operaciones de aumento de
pecho no debería haberla tampoco para regular el aborto. En ningún plazo y bajo
ningún supuesto. Negar esto supone admitir el derecho de todos a tratar el asunto.
Por otra parte deberíamos estar de acuerdo, creyentes y no creyentes, en que amontonar
sobre el hecho del aborto un aluvión de patetismo, circunstancias, condicionantes
de todo tipo realidades de facto, etc. nos impide un examen racional del problema.
Y en medio queda el espacio para el debate en el que creo que el acuerdo es
posible: qué debemos entender por “humanidad” y en qué circunstancias es lícito,
justo, ético, para creyentes y no creyentes (insisto: para creyentes y no
creyentes) eliminarla en su raíz.
(Continuará)