I
A principios de nuestra
Transición Democrática era habitual hablar en ambientes obreristas
del “terrorisma patronal”; incluso había pintadas en las que se
leía “obrero muerto, patrón colgado”. Y todo ello en referencia
a las muertes y lesiones que se producían en el trabajo: accidentes
laborales, enfermedades profesionales, etc. En los mismos ambientes,
sin embargo, no era raro oír (incluso leer) barbaridades dirigidas a
las mujeres como “si te violan, relájate y disfruta” o chistes
jocosos (como en un artículo relativamente reciente de Almudena Grandes) sobre violar monjas; hasta mensajes protoanimalistas en los
que se denunciaba que por culpa de las mujeres burguesas “matan
focas para vestir zorras”. Afortunadamente hoy en día este último
grupo de memes (en el sentido original del término), o ideologemas,
sería inaceptable al menos en el pensamiento de izquierdas. En
cambio, las muertes que se producen en el mundo del trabajo han caído
en desgracia en cuanto a su repercusión popular y reivindicación
prioritaria de los partidos obreros. En nuestra agenda de
preocupaciones sociopolíticas el acoso en el trabajo, por ejemplo,
ocupa un lugar preeminente sobre las muertes y lesiones que se
producen en el trabajo. Las obreras muertas por el síndrome Ardystil
(dos de ellas hermanas de dieciocho y veinte años de edad), con los
moldes ideológicos hodiernos, hubieran sido consideradas víctimas,
en tanto que mujeres, del machismo heteropatriarcal y no, como
obreras, del capitalismo criminal. Lástima que Ardystil fuese
propiedad de una mujer condenada a la postre a sólo seis años de
prisión.
Este cambio en las
preocupaciones y la sensibilidad respecto a la injusticia social de
según qué violencias, qué víctimas y qué muertes requiere de
análisis político.
La contraposición de los
dos fenómenos que comento es interesada, por supuesto, pero no
arbitraria porque supone una muestra de lo que hay al fondo de la
cuestión: la normalización, la destematización, si se quiere la
naturalización de la muerte y la violencia como algo asumible en el
modo de producción capitalista y la problematización y tematización
de la muerte y la violencia en el modo de producción doméstico o
Patriarcado.
II
Decíamos ayer (me
encanta esta frase) que ciertas formas de violencia con resultado de
muerte y lesiones carecen de eco popular mientras otras levantan olas
de indignación y adelantábamos la hipótesis de que aquéllas se
contemplan como algo normalizado mientras que éstas se perciben como
injusticia y escándalo. Ambas formas de pensar, en tanto que son
eso, “formas de pensar” constituyen fenómenos ideológicos.
Digamos que el hecho de que un obrero o una obrera muera mientras
trabaja (o mientras acude al trabajo o cuando lo abandona) es algo
conforme a algún tipo de sistema ideológico compartido que lo
percibe como “accidente” sin culpable personal identificable,
mientras que el asesinato de una mujer a manos de un hombre es
inasumible desde cualquier consciencia de la realidad que aspire a la
universalidad. Demos un rodeo para intentar entender este galimatías.
Creo que no es
descabellado definir un “sistema ideológico” como un conjunto de proposiciones consideradas verdaderas que actúa como una especie de canon respecto al cual nos es lícito enjuiciar la realidad social. El juicio “los lápices son objetos de escritorio” difícilmente
puede considerarse ideológico. En cambio “todas las mujeres son
astutas” sí es un juicio que remite a una “ideología” dentro
de la cual adquiere valor de verdad o, al menos, de justicia. El
“machismo” como sistema ideológico debería, si tuviese un
carácter incontestado, tener poder para naturalizar la muerte de una
mujer en según qué circunstancias, de la misma forma que la
ideología dominante en el capitalismo puede modelar las conciencias
para que la muerte de un obrero en el proceso de poducción pase
inadvertida.
La ideología patriarcal,
en una situación “ideal” de dominio, tuvo tal poder y su sistema
de proposiciones “verdaderas”, más o menos, sería el siguiente:
-Desde un punto de vista
físico, el varón es más fuerte que la mujer.
-Desde un punto de vista
intelectual, el varón es más inteligente que la mujer.
-Desde un punto de vista
moral, el varón es más bueno que la mujer.
Estos tres axiomas se
resumen en uno: “el varón es superior a la mujer”. Y esa
superioridad implica una serie de deberes: el varón fuerte debe
proteger a la mujer, el varón sabio debe enseñar a la mujer, el
varón bueno debe adoctrinar a la mujer. A cambio de esa protección,
enseñanza y mejora la mujer debe, en un intercambio justo,
satisfacer al varón, darle hijos, asegurar su bienestar. Es un
sistema justo que debería imponerse por su propia evidencia. Sin
embargo la inferioridad moral y física en la mujer produce un tipo
especial de sabiduría (la astucia) mientras que la superioridad
moral y física del varón produce un tipo especial de ignorancia (la
ingenuidad). La mujer es débil pero astuta, el varón es fuerte pero
ingenuo. Este fallo en el justo sistema de correspondencias obliga a
que el poder benéfico del varón deba ser asegurado por una
estructura político-jurídica y una superestructura ideológica
(sapiencial, moral, filosófica, religiosa) que en última instancia
traduzca el principio “el varón es superior a la mujer” en la
ley “el varón tiene derecho de vida y muerte sobre la mujer”.
III
El carácter palinódico
de estas letras obliga a comentar la relación personal con el tema.
Mi relación con la teoría feminista fue anterior a mi contacto con
el marxismo. O, mejor dicho, fue la condición de posibilidad (como
dicen los filósofos listos) de mis lecturas marxistas a partir de
una pregunta: todas esa ideología patriarcal, todas esas actitudes
de las que Eva Figes levanta acta en su libro (creo que el primero
feminista que leí) Actitudes patriarcales: las mujeres en la
sociedad, todo eso ¿por qué? La insistencia en el carácter
natural, justo, inevitable del dominio del varón sobre la mujer
presente en textos de épocas que abarcan desde la remota Antigüedad
hasta nuestros días pasando por la Antigüedad Clásica, la Edad
Media y la Modernidad... ¿por qué? El Materialismo Histórico
postula la necesidad de que exista una base económica que soporte la
superestructura ideológica, pero el Patriarcado, como ideología
sobrevive y se perpetúa en el Esclavismo, el Feudalismo, el
Capitalismo ¿el Socialismo? Sólo cabe responder que o bien el
Patriarcado no es una ideología sino una forma no ideológica de
pensamiento, es decir, no una falsa conciencia de la realidad sino un
molde discursivo que recupera el mundo social de manera veraz (“todas
las mujeres son astutas” vendría a ser una proposición semejante
a “todos los mamíferos son vertebrados”); o bien el Patriarcado
es expresión ideológica de un modo de producción que sobrevive a
los cambios históricos. Leer El origen de la familia, la
propiedad privada y el estado de F. Engels y, después, casi
inmediatamente después, el primer tomo de La razón feminista: La
mujer como clase social y económica. El modo de producción
doméstico de Lidia Falcón supuso, para mí, la respuesta a
aquella pregunta y la apertura al continente (invasivo Althusser)
intelectual y práctico
del Marxismo.
“Entendemos
por modo de producción doméstico la forma en que se producen los
bienes precisos para el mantenimiento y la reproducción de una
sociedad humana, caracterizado por la existencia de dos únicas
clases, el hombre y la mujer, y la consecuente explotación sexual,
reproductora y productora de ésta.
La
fuerza productiva determinante del modo de producción doméstico es
la fuerza de trabajo humana. La tecnología está totalmente ausente
o muy poco desarrollada. La energía humana es la principal y casi
única fuerza de trabajo, y está producida exclusivamente por una de
las dos clases: la mujer. En esta división del trabajo se halla la
causa material de la explotación femenina.
Las
relaciones de producción entre el hombre y la mujer en el modo de
producción doméstico están basadas en la dominación de ésta por
aquel e incluyen la explotación sexual y la explotación productora
a la par que la explotación reproductora. En esta dominación del
varón sobre la mujer se asienta no sólo el poder de aquel, sino la
perpetuación del modo de producción doméstico a través de todas
las épocas.
La
forma de explotación típica del modo de producción doméstico es
la que se realiza diariamente sobre las mujeres en aras de la
producción de hijos. Las mujeres, por serlo, deben realizar las
tareas
domésticas”.
IV
Apenas a dos días de
empezar el nuevo año los telediarios informan del secuestro y la
violación (entre dos hombres) de una menor, el apaleamiento de una
mujer ante sus hijos, por parte de su marido, y el asesinato de una
mujer a manos de su novio. Maltrato, violación y femicidio: las
formas extremas de sometimiento de las mujeres al orden patriarcal
personificado en el varón desconocido, en aquél con el que la mujer
mantiene relaciones no jurídicas y en aquél con el que se convive
de manera normativizada. El desconocido, el novio, el marido... El
varón, en algún estrato de cuyo inconsciente resuena el derecho de
uso, de castigo, de vida y muerte sobre la mujer. Ese derecho ha
desaparecido de nuestro ordenamiento jurídico positivo pero
permanece como un atavismo ideológico del tiempo en el que,
efectivamente, constituía “derecho”, al menos por lo que hace al
castigo y a la muerte de la esposa. Si el Modo de Producción
Doméstico sigue existiendo en la base del Modo de Producción
Capitalista lo hace sin estructura político-jurídica en tanto los
“derechos” a los que daba origen son considerados delitos y
delitos muy graves que son perseguidos mediante leyes excepcionales.
Delitos que conmueven a la sociedad en su conjunto. Creo que es esta
conmoción, esta sensibilidad exacerbada, la prueba del carácter
residual de la justificación ideológica del MPD una vez éste da
sus últimas boqueadas, sus últimos zarpazos. Pues “violencia
estructural” implica aceptación social e invisibilización
mediática.
Volviendo a la
comparación del principio de esta palinodia, hasta julio en 2018
murieron en accidente laboral en España 307 trabajadores y
trabajadoras. No digo esto a modo de esas argumentaciones capciosas,
falaces y... deleznables que, a una injusticia manifiesta contraponen
una injusticia numéricamente mayor que, de este modo, “justifica”
(vuelve “justa”) aquella otra. O, al menos, la relativizan y
restan importancia. Lo que pretendo es mostrar la diferencia entre
violencia estructural ideológicamente blindada (las muertes de
obreros y obreras en el proceso de producción) y violencia
delictiva rechazada socialmente, abordada con medidas excepcionales y
unánimente condenada por la ciudadanía. Salvo por los delincuentes.
Pero el rechazo, el dolor
que nos provoca el sufrimiento de las mujeres que padecen el mordisco
de la bestia herida de muerte del Patriarcado es tan sólo, creo yo,
una muestra de la desestructuración de la violencia ya no sistémica
contra la mujer.
V
El lugar de trabajo en el
Modo de Producción Doméstico es el hogar; su estructura productiva,
la familia. A lo largo de estos últimos siglos la familia ha dejado
de ser una unidad de producción directa y ha pasado a ser una unidad
de consumo pero ha mantenido las labores de reproducción de fuerza
de trabajo asumidas por las mujeres (esposas, madres, hermanas,
hijas, nueras...). Es en este ámbito en el que la violencia contra
la mujer (y contra los niños, niñas, ancianos y ancianas) es
estructural, invisible, y asumida por el conjunto de la sociadad como
algo de carácter privado. Hasta hace relativamente poco tiempo no
era raro oír que “eso” es cosa de la pareja en la que nadie debe
meterse. Incluso cuando la violencia tenía como escenario un lugar
público, el orden familiar la abarcaba y legitimaba. Todavía hoy
asumimos como normal que una madre o un padre golpee en la calle a un
niño o a una niña y encuadramos el acto, salvo violencia
insoportable, en la función paterna/materna de corrección. La
violencia pública contra la mujer, sin embargo, es, hoy día,
inasumible socialmente. Sólo el miedo a una agresión por parte del
que maltrata a una mujer impide que algún circunstante solitario
intervenga en la paliza o la amenaza y en el ámbito privado se
interviene a través de la denuncia. En gran medida la
familia ha dejado de ser el reducto privado donde no entra la ley
común, en una sociedad postmoderna que ha abolido las fronteras
entre lo público y lo privado.
El carácter estructural
de la violencia contra las mujeres desborda, por lo tanto, el ámbito
familiar y, por eso mismo, viene a encajar en una estructura superior
que afecta a todos y que anula el MPD en lo postindustrial. Marvin
Harris, el famoso antropólogo norteamericano, definía la sociedad
postindustrial no como aquella que había superado la organización
industrial del trabajo sino como aquella que extendía ese tipo de
organización jerárquico-burocrática hacía ámbitos en los que era
impensable: la sanidad, la enseñanza, el comercio, la prestación de
servicios... La familia. La familia tal como la conocíamos en el
occidente capitalista se ha difuminado no sólo por la aparición y
reconocimiento legal de los “nuevos modelos de familia”, sino
porque las funciones esencialísimas que la hacían encajar en el
molde del Modo de Producción Capitalista están siendo
“externalizadas” en instituciones públicas y privadas e incluso
se someten a la división internacional del trabajo: la reproducción
(y el control de la reproducción) no tiene, de manera
institucionalizada, un lugar privilegiado en la familia sino que
depende cada vez más de la autonomía de la mujer a través de
relaciones ocasionales, reproducción asistida e industrialización
del aborto; la regulación legal de la prostitución industrializa la
satisfacción sexual no reproductiva de los varones en nombre de la
libertad de elección de las mujeres; la adopción y compra de niños
y niñas desde los países productores a los países consumidores de
bebés introduce la división internacional del trabajo en la esfera
de la reproducción.
Creo que estas tres
muestras de industrialización del trabajo femenino encastradas
directamente en el modo MPC desmontan los restos del Modo de
Producción Doméstico, al menos en el occidente capitalista, y
culminan la proletarización de la mujer iniciada con la Revolución
Industrial al tiempo que obligan al feminismo a fundirse con la
teorización socialista e ir más allá de aquello en lo que se ha
convertido.
VI
Es moneda común en el
discurso de la izquierda (o lo era) afirmar que la ideología
burguesa potencia la institución familiar como estrategia para
adormecer los impulsos revolucionarios del proletariado y convertirlo
al conservadurismo biempensante. La Familia es uno de los Aparatos
Ideológicos del Estado, que decía Althusser (junto a la Escuela y
la Iglesia), y la práctica política eurocomunista, ya arcaica, se
proponía dar la vuelta a esos aparatos en su estrategia hacia el
socialismo democrático. Cuál era el sentido de ese “dar la
vuelta” yo no lo sé muy bien. Pero dudo de la idea de base y de
los resultados históricos de la estrategia: la Iglesia sobrevive con
una salud aceptable, la Escuela es un marasmo desastroso que
difícilmente puede interpretarse contribuye a avanzar hacia el
socialismo y la Familia... En la entrega anterior de esta palinodia
comentaba que la funcionalidad de la institución se diluye en
estructuras burocráticas y económicas postindustriales. La historia
del capitalismo globalizador, por su cuenta, ya se encarga de dar la
vuelta a la institución familiar (de desinstitucionalizarla)
conduciéndola hacia su distopía última: una sociedad compuesta por
individuos atomizados que chocan entre sí, o contratan entre sí,
buscando su beneficio privado. La mano invisible del mercado
convertida en el puño que golpea en todas las interacciones humanas.
El proletariado, sin
embargo, ostinado en llevarle la contraria a sus teóricos, ha
reivindicado históricamente la regulación y en su caso la
prohibición del trabajo para niños y mujeres; ha luchado por el
derecho a tener una familia de la que, como tantas otras cosas, era
desposeído y alienado. Y las mujeres, lejos de ser recluidas en el
hogar por el capitalismo, forman parte fundamental de ese
proletariado y su condición proletaria en el MPC, como defendía
Engels, es condición necesaria de su liberación como mujeres en el
MPD. El Feminismo, como doctrina de la liberación de la mujer, no
puede ser sino parte del Socialismo... o contribuir, desde el
Liberalismo, a la atomización, individualización y alienación
absoluta de las personas. Y la clave, creo yo, está en el valor que
le demos, desde la izquierda, a la institución familiar.
VII
Decía el otro día
que “la clave, creo yo, está en el valor que le demos, desde la
izquierda, a la institución familiar”. Y al otro polo de tensión
dialéctica: la proletarización de las mujeres. Cuando el embrión
de huelga feminista del año pasado comenté que, en un día hábil,
la mayoría de interacciones que podemos tener en la sociedad civil
se producen con mujeres: en el comercio, en la enseñanza, en la
sanidad, en la hostelería, en la burocracia estatal o privada, en
toda la amplísima y determinante capa laboral que llamamos “sector
terciario” cuya importancia económica y de funcionamiento
socio-estatal es indiscutible.
Hace unos meses, la
ministra de trabajo confesaba que le habían “metido un gol” al
ser registrado burocráticamente un sindicato de prostitutas. La
cuestión es debatible, pero no veo posibilidad de debate en torno a
la creación de sindicatos de “kelis”. De hecho se están
constituyendo sin mayor dificultad. No parece que exista impedimento
alguno para que se creen sindicatos de mujeres en aquellas
profesiones en las que son mayoría. Un sindicato “de enfermería”
es algo artificioso cuando prácticamente todas las personas que
trabajan en la “enfermería” son “enfermeras” y mutatis
mutandi lo mismo puede decirse de la “administración” y las
“administrativas”, cajeras, peluqueras, empleadas de grandes
almacenes y cadenas alimentarias, maestras, cuidadoras, profesoras,
etcétera, etcétera, etcétera. No hay razón alguna para que no
exista una unión sindical de trabajadoras que pueda convocar huelgas
de mujeres sin necesidad de acudir a la cobertura legal (que faltó
el 2018) de los sindicatos denominados mayoritarios y sus respectivas
“secciones femeninas”. Imaginemos una huelga general de
trabajadoras y su repercusión en la amplísima esfera de los
servicios y la burocracia.
Creo que el feminismo
debería dirigir su atención a la proletarización de las mujeres,
al carácter proletario de la lucha feminista y su incardinación en
la pugna general por una organización socialista del mundo, en la
que tienen cabida totalizante la hoy dispersa y desestructurada,
cuando no contradictoria, centralidad de la preocupación por la
seguridad ciudadana o la reivindicación de la ética del cuidado
junto a la criminalización (incluso legal) del varón o la
interferencia de las reivindicaciones LGTB en el ámbito feminista.
En esencia, a mi juicio, el feminismo debería optar por políticas
universales y socialistas orientadas a la idea de clase y desechar
políticas particularistas y liberales orientadas a la idea de
identidad. Políticas de clase o políticas de identidad representan
el dilema de la izquierda en general y del feminismo en particular. Y
la preferencia actual por lo identitario, me parece a mí, es
ineficaz y contraproducente.
Queda por ver la “tesis”
históricamente inicial o la “antítesis” contemporánea: la
familia. A ver si en la próxima entrega lo termino pero, recuperando
la idea de “palinodia”, quisiera decir que el traje identitario
del feminismo realmente existente, consideraría estas reflexiones
poco menos que como “mansplaining” y que ese aspecto del
feminismo real (la negación de la posibilidad del debate con los
varones -“son el puto enemigo; no los conocemos ni queremos
conocerlos”-) es objetivamente perverso y provoca monstruosidades
como leer a algunos hombres que se sienten “avergonzados” de
pertenecer al sexo masculino. En la ideología patriarcal la mujer es
el mal. Y eso es falso. Tan falso como el destino biológico del
varón hacia la violencia.
VIII
La familia y la
organización racional-burocrática del trabajo, (el Modo de
Producción Doméstico y el Modo de Producción Capitalista) serían,
pues, los polos dialécticos que requieren un tercero superador. O
no. De hecho, más que estructuras contrarias parecen,
históricamente, vasos comunicantes: el origen del feminismo
contemporáneo se sitúa en la vuelta al hogar a que fueron forzadas
las mujeres occidentales tras su paso por la industria bélica
durante la II Guerra Mundial y, por otra parte, los empleos a los que
acceden la mayoría de las mujeres derivan de su actividad “natural”
en la familia; algunos de ellos no problematizados (enseñantes,
enfermeras, cuidadoras, administrativas, limpiadoras, distribuidoras,
asistentes sociales) y otros problematizados (prostitutas, madres de
alquiler). Además, la costumbre de buscar una síntesis, una
solución, a cualquier choque de contrarios no deja de ser casi una
superstición. Creo que debemos aceptar la existencia de la familia y
del mercado de trabajo y considerar ambos ámbitos como lugares para
la tarea emancipatoria.
Hoy por hoy parece
imponerse la confusión en ambos terrenos. Nuestra izquierda al uso
se engolfa en la continuidad biológico-familiar de las ideologías
(“somos biznietos, nietos, hijos, sobrino-nietos de los obreros
fusilados o hijas de las brujas que no pudiste
is quemar, etc.”) al
tiempo que se emplea a fondo en la destrucción de la familia que (no
alcanzo a comprender por qué) se tacha de “tradicional” y en la
dispersión del concepto en pluralidades cada vez más exóticas; el
indefinible concepto de “gente” que ha sustituido al de
“proletariado” en el imaginario calenturiento de la izquierda
real tiene su paralelo en el absurdo concepto de “mujer” que
abomina, en gran parte del feminismo, de una base biológica para su
definición. Estos dos marcos conceptuales desvinculados de la
realidad objetiva (lugar que se ocupa en el proceso de trabajo /
pertenencia al sexo femenino) producen un sujeto emancipador no ya
“plural” sino absolutamente “disperso” e ineficaz que se
agota en la manifestación, el escrache, la aritmética de la
presencia masiva.