El poeta y novelista
Miguel Astur ha publicado un artículo sobre la difusión masiva de
textos, presuntamente poéticos, a través de las redes sociales de
internet que está produciendo polémica en el grupo de filólogos y
filólogas de Facebook. Polémica en la que se discute sobre asuntos
de difícil resolución como definir el concepto mismo de “poesía”,
la manera más objetiva posible de determinar qué es buena poesía o
mala poesía, la difusión masiva de la poesía y su aceptación
también masiva, el carácter elitista o no de la poesía... En fin,
esas cosas sobre las que disfruta discutiendo la gente del gremio. Yo
también quiero decir algo, además de que estoy de acuerdo con la
tesis de Astur que rechaza la supuesta poesía de masas de naturaleza
y difusión postmoderna; porque mostrar acuerdo es decir muy poco,
claro.
Miguel Astur empieza
su artículo definiendo algo así como la unidad poética mínima:
la interpretación intencional de un signo estético que ofrece la
realidad o, mejor dicho, la conversión de un dato de la realidad en
signo y la asunción de ese proceso como descubrimiento, como (en
palabras de Violeta Parra) un “descifrar signos”. Alguien
relaciona un significante con un significado, produce un signo, y lo
adjudica a un concepto que no lo tenía. Éste es, dicho de manera
algo grosera, el funcionamiento de la metáfora. Así pues, el
trabajo poético es, primordialmente, una labor hermenéutica sobre
la realidad, un ejercicio de interpretación simbólica del mundo.
Que ese ejercicio tenga su origen en la necesidad de dar forma
comunicable al sentimiento propio, a un anhelo de conocimiento o al
puro juego es, en cierta manera, indiferente. Lo esencialmente
poético es, creo, el trabajo semiótico intencional sobre el mundo
con interés estético.
He aquí que el
aprendiz de poeta ha relacionado el significante “dientes” con el
significado “luna llena” para expresar su deslumbramiento ante la
sonrisa de la amada. Muy bien hecho: la intuición poética no anda
muy lejos de la “iluminación” como fenómeno de resolución de
problemas que estudia la psicología (“insight”, dicho sea con
una palabra inglesa). Pero el descubrimiento de ese signo que antes
no existía no es tanto “creación” como “producción”, pues
se sostiene sobre materiales previos: signos ya existentes, un código
en el que adquieren significado y la necesidad de la existencia de
una comunidad de interpretadores de significados. La primera persona
que dijo “la falda de la montaña” o “el cuello de la camisa”
realizó un trabajo hermenéutico sobre la realidad al producir
intelectualmente, de manera individual pero condicionado socialmente,
un signo intercambiable: alguien más debe conocer el significado de
“montaña”, “falda” y “relación de semejanza”. De igual
manera, la muchacha que canta que su “amado está a la puerta” o
que viene del “río” realiza un trabajo intelectual e intercambia
signos conocidos en una comunidad simbólica que conoce las claves de
interpretación de esos signos.
Así pues, el acto de
creación y comunicación poéticos constituye un trabajo intelectual
de interpretación intencional de signos orientado, fundamentalmente,
a la expresión y percepción estética. Este trabajo es desde su
mismo inicio una tarea “formal” de “desvelación” de
realidades (dar forma perceptible a significaciones ocultas) e
implica un desarrollo formal (más trabajo) de las significaciones
con base (Jakobson) en la recurrencia que fundamenta todo el
andamiaje al servicio de la formalización primera: rima, ritmo,
métrica, etc. Todo ello contribuye a la difusión e intercambio
inteligible de los signos poéticos en la comunidad simbólica que
reconoce (y se reconoce) en determinada formalización (romance,
zéjel, villancico... lo que sea).
El problema (nos) surge
cuando la comunidad simbólica tradicional (el interpretador
colectivo de símbolos) se diluye con la modernidad y se destruye
con la postmodernidad.
Mañana sigo, que me
canso.