"La Fe", escultura de Luis Salvador Cardona (el termostat del costat no forma part de l'escultura, em sembla) |
Aquest article va ser publicat fa ara uns cinc anys al periòdic de l'associació de veïns del meu barri. Com que darrerament he tingut algun debat amb amics sobre el concepte de "fe", trobe que pot llançar alguna llum sobre la visió cristiana d'aquesta. Pense que els amics i amigues creients que tenen a bé passar per aquest blog estaran d'acord en una cosa: de caritat, d'esperança, en major o menor grau tots en tenim. Poques persones (afortunadament) estan mancats absolutament de caritat o esperança. Déu ens dóna aquestes gràcies com a part constitutiva de la nostra humanitat. Però la fe és diferent: cal aceptar-la conscientment. No hem d'afirmar (encara que sempre el podem millorart) el nostre caràcter caritatiu; no hem de fer un esforç conscient per a tindre esperança; però la nostra radical llibertat exigeix afirmar o negar la fe. Crec que és falsa l'afirmació "no puc creure voluntàriament" per analogia a "no puc enamorar-me voluntàriament" (com fa l'amic Tobies Grimaltos al seu llibre Idees i paraules). La possibilitatr de la fe sempre és al nostre abast i dir-li "no" és un acte conscient. I dir-li "sí", també. Els cristians pensem que dir "no" es fer-nos violència a nosaltres mateixos. Quelcom d'imperdonable. La blasfèmia contra l'Esperit Sant... Però això, potser, és un altre tema. Vos deixe l'article en castellà, tal com va ser escrit originalment.
Adulta y madura es la fe profundamente radicada en la amistad con Cristo. Es esta amistad que nos abre a todo aquello que es bueno y nos dona el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre engaño y verdad.
Benedicto XVI.
Enseño a mi hijo de seis años a rezar. Padre nuestro que estás en el cielo...Todas las noches lo repite antes de dormir. Ya lo sabe de memoria. Por las mañanas, camino del colegio, rezamos el Ave María. De los Diez Mandamientos ha retenido sobre todo el quinto (me pregunta si es el más importante) y el cuarto. El octavo no lo sitúa numéricamente aunque, por ahora, lo respeta de manera escrupulosa. Pero la fe no puede venir de mí. Sólo de Dios procede la fe.
Se desvanecen las creencias de nuestra niñez. Porque esperamos ver y llegamos un segundo tarde. Justo cuando ya se han ido los Reyes Magos o el ratoncito Pérez. Pero hay pruebas empíricas de su existencia. Los regalos, la moneda, los restos de comida y agua que han dejado los camellos. Cuando esas evidencias señalan a otra entidad, la mano amorosa y oculta de los padres, desaparece la ilusión de una realidad sensible. Quien así cree en Dios durante la infancia le ve desaparecer junto a los ensueños y miedos infantiles porque se fundamentó la fe en pruebas palpables. El pensamiento positivo, soberbio, que lo ocupa todo en su exigencia de hechos y pruebas, estaba ya presente en la ventana abierta que demuestra la existencia de Papá Noel. Una fe que exige demostraciones empíricas es, paradójicamente, una fe infantil, ciega, mágica, que espera la moneda debajo de la almohada. La fe adulta viene de Dios, no de la protección y halago de los padres, no de la causalidad mítica que, perdida la inocencia pueril, se transforma en causalidad técnica no menos pueril, pero mucho más cruel.
Y siendo así, como creo que es, ¿qué puedo hacer yo? ¿Qué podemos hacer, como padres, para preparar el advenimiento de la fe adulta. Confiar en Dios, por supuesto... Y también preparar su llegada. Facilitar la recepción de su voz de la única manera posible: a lo largo de los años infantiles aprendemos que el trueno y el relámpago tienen tal y tal causa natural, que el camino del Sol... que la forma de la Tierra... Aprendemos escuchando. Si son oídas nuestras preguntas. Después una explicación total, única (desencantada) del mundo se impone como un monólogo de la naturaleza sobre nuestra inteligencia adolescente. El universo no nos da razones, nos desvela (cuando lo hace) sus leyes mecánicas. Y un embeleso de contemplación ahoga las antiguas preguntas.
Sólo si el niño es educado en la palabra (escuchar, recibir razones, comprender, pedir, obedecer, discutir, perdonar, amar) podrá alguna vez escuchar la palabra de Dios y recibir la fe como un diálogo con Él. El mundo es una voz estridente pero carece de oído. Dios escucha si se le habla, si también se le oye. Enseño a mi hijo a rezar. Creo en Dios Padre, todopoderoso... Como su madre y yo le enseñamos en su día a hablar con nosotros, ahora aprende a hablar con Dios. Pregunta y aprende que hay una voz, un logos, más allá de la causalidad ciega de la maquinaria mundana.
Veo a los adolescentes, tan viejos a veces, gritar sus opiniones con una contundencia desesperada. La misma que posee la ley de la gravedad o el principio de Avogadro (sea cual sea.) Imposibilitados para la razón esgrimen hechos, demuestran, imponen una algarabía solipsista, sorda y ciega y mecánica. Leo que se habla de una ética dialógica intramundo y no lo entiendo: el mundo es palabra pronunciada. No podemos hablar en él, con él, sino a través de la voz que lo dice y crea. Un diálogo personal que ignora esta verdad es imposible. En todo caso no es conversación sino mutuo golpear de palabras. Como el martillo neumático sobre la roca muerta.
Enseño a mi hijo a rezar.